Por de pronto, para entender esta permanente tensión recordemos la relación tan determinante y paradojal que mantiene con la tecnología. No pocas luchas se han llevado a cabo en su contra y en nombre del arte!! En la segunda mitad del siglo XIX era una fórmula ya bien conocida entre los fotógrafos pictorialistas la técnica de desenfocar en cierto grado el motivo (efecto flou) con el propósito de parecerse más a las “Bellas Artes”. Recordemos que Julia Margaret Cameron hablaba de «ennoblecer» a la fotografía. Y sin embargo, hasta el día de hoy la publicidad se esmera en comunicar que la fotografía (entendida como el instrumento «cámara») es un producto de la más alta tecné al servicio de quien quiere ir de vacaciones y traerse un recuerdo lo más nítido posible. Es decir, “un espejo con memoria” instantánea para quien jamás se le ocurrirá convertirse en fotógrafo.
Hoy la industria fotográfica destina un 80% de su producción a ese mercado de personas y no existe motivo alguno para cambiar de dirección: precisión y automatismo son los atributos dominantes.
En efecto, la fotografía pareciera ser un medio al servicio de; recordemos que su debut en sociedad lo hizo en nombre de la ciencia. Este sello de nacimiento explica lo que muchos fotógrafos no se cansan de afirmar: que su trabajo no puede ser entendido como arte.
No obstante, las personas que hemos pasado por la enseñanza formal de las tecnologías visuales aplicadas sabemos que existe algo así como la técnica y el oficio, competencias por las cuales una imagen adquiere rango profesional en el mundo del trabajo. En otras palabras, la imagen debe tener cierto estatus y este rasgo mide la calidad de la misma. Esto es muy claro en el ámbito del quehacer publicitario donde al fotógrafo se le prohíbe evidenciar la producción de la misma imagen so pena de que el trabajo no sea aceptado y sufra el descrédito de un mal artesano. Una imagen que va a ser usada con motivos promocionales está exhaustivamente regulada y existen normas explícitas pero también tácitas que deben respetarse.
Entre los años 1998-1999 destiné gran parte de mi trabajo a realizar fotografías para personas que deseaban trabajar en agencias de modelos. Un amigo mío que oficiaba, entre otras cosas, de busca -modelos frecuentaba mi taller y cada cierto tiempo me traía fotografías realizadas en estudio en las agencias del centro de Santiago. Lo que me inquietó maravillosamente de esas fotografías era que servían de indicación para todo lo que no debe hacerse si tu deseas ser un profesional de prestigio en el rubro de la imagen publicitaria. Las imágenes habían sido realizadas no previniendo ninguno de los problemas a que se enfrenta un rostro cuando se lo ilumina con un foco directo. Es decir, el tema de la intensidad y el contraste de la luz, de la atenuación de las sombras y de los brillos (el leitmotiv de lo publicitario) no existía o había sido trabajado de forma descuidada. A esto se sumaba el hecho de que los fondos eran prácticamente expuestos en su artificio y deterioro. Algo parecido ocurría con la fotogenia de los rostros y la pose que eran llevados a realizar los sujetos: la construcción parecía forzada. Yo finalmente leía esto: las sombras que arrojan los modelos sobre los fondos, las coceduras y pliegues de los sinfines, la kinesia de los cuerpos eran los verdaderos protagonistas de las fotos. En lenguaje coloquial, eran fotografías provenientes de agencias “rascas”, de “medio pelo”, de “mal gusto”.
Sin meditarlo mucho me puse a practicar de inmediato en la técnica del error forzado (y también azaroso) con el objetivo de lograr fotografías bizarras y encontrarme pronto en las fronteras de lo que se conoce como una buena fotografía. Por fortuna no me faltaron eventos para experimentar. Una competencia de Estilistas en Estación Central me prodigó la oportunidad para encontrarme con la construcción estética de las fantasías urbanas del peinado. Las fotografías exhibidas aquí (imágenes de archivo y obra) corresponden solo a una muestra del corpus total.